VISITA DE DORA OCHOA DE MASRAMÓN

 Relato de la investigadora concaranense sobre su visita a San Francisco.
San Luis, 12 de mayo de 1967 
Es muy grato para El Diario de San Luis, publicar esta colaboración de la eminente estudiosa puntana, Sra. Dora Ochoa de Masramón. Su aporte a la misión formativa e informativa que nos hemos impuesto, resulta de una trascendencia que no escapará a la consideración de nuestros lectores. Exclusiva para EL DIARIO. 
Vista de la Hostería. Foto de El Diario de San Luis, 1967.
...de la Falda, San Francisco del Monte de Oro: misticismo, geografía e historia. 
Siempre deseé llegar a San Francisco, sin haber podido realizar, hasta ahora, mis intenciones; pero esta vez, apenas instalada en la cosmonave -léase terreómnibus- entré en órbita y en algunos minutos, ¡qué importa que hayan sido horas!, una voz anunció: "Plaza Puertas". No pude ver lo que me rodeaba; mi vuelo tenía el misterio de las rutas cerradas por la noche. "Plaza Puertas", volvió a escucharse y, no sé por qué mi imaginación situase en la Puerta del Sol de Toledo; la quietud presentida era como la de esa ciudad española. Después el reanudado recorrido con gente que podía bajar, así, simplemente, en la plaza; descendía y otros repetían la misma indicación; me parecieron muchas plazas, hasta que velozmente, para mi orgullo de soñada astronauta, la nave aterrizó en la hostería, según la voz del comando. 
Después de tantos zarandeos y sofocones en una cabina con las escotillas cerradas para evitar la tierra, no, dije mal, para no ser invadida por el desgranamiento de las galaxias, (Que lindo sería recoger una estrella como recuerdo de viaje) entré en la gloria; así me sentí en el espacioso recinto de recepción de la Hostería San Francisco, con las paredes de sedantes colores, bellísima distribución de ambientes, afable el recibimiento y de refinado gusto la decoración completada con cuadros de la pintora Asunción de Heredia. Es una de las hosterías más bonitas de la provincia; vale la pena el viaje para conocerla.
Mi equipaje era escaso: un pequeño bolso en la mano y la cámara fotográfica, colgada del cuello. ¡Ah!, mi atuendo no era muy espacial: unos muy gastados pantalones, una blusa por cuya rala trama se colaban los cambios atmosféricos y las boyeras cuela de goma con la punta martirizada por mis dedos en pugna por asomarse al mundo; es mi equipo de exploraciones espacialmente terrestres. 
AMANECE 
Cuando la luz dividióse entre los resquicios de la persiana, me asomé para ver donde estaba, como era San Francisco. Abrí la ventana; el sol apenas nacido alargaba los sombreros de un parque, que yo bauticé parque de la rueda, porque hacia un costado aparece una rueda pintada de blanco, como si expresara: ¡Bienvenido!
Después empezaron los descubrimientos: la sobria fachada de la hostería con la imponencia de sus terrazas en ese momento claramente tibias de sol. ¿Un hotel de la Costa Azul trasladado a la costa de nuestras sierras? Salí al azar, me ubiqué en el puente del río, límite de las bandas de la población. Sentí la curiosidad de asomarme a esos dos mundos que forman el corazón de un valle anillado por las altas cumbres y por los cordones que se entrelazan como protección o se abren para dar paso al viajero. Cuanta serenidad en esas faldas, laderas y quebradas reverdecidas por molles y palmeras dispuestas a tocar el cielo e instar desde las cimas a sus congéneres para la ascensión que parece marcarles un destino. 
LA BANDA NORTE 
A pie me dirigí por la avenida principal; poco a poco San Francisco se entregaba a mí; ya era una mujer más que caminaba por sus calles, aunque no dejaba de ser la forastera que va de acá para allá, que mira esto y aquello. Me detuve frente a esas casas coloniales, algunas cubiertas de enredaderas, otra con ventanas enrejada. Que ganas tenía de entrar en los zaguanes anchos y llenos de macetas con plantas que dejaban ver ya un amplio corredor, o el patio con la sonrisa de las flores y el verde otoñal de los follajes. Haciendo contraste se ven grupos de viviendas modernas, que no por sus estilizadas líneas dejan de ser rivales por sus jardines. La iglesia, la plaza principal, el rumor de trabajo que sale de las aulas de la Escuela Normal Regional "Sarmiento" y otra vez la Plaza Puertas, donde, sin el bullicio de unos niños que jugaban, creeríase en el tiempo detenido. Me intrigaba su nombre; me enteré que corresponde a un apellido muy conocido en el lugar.
EL REGRESO 
Debí rehacer lo andado. Ya no era la desconocida. Los mismos hombres, mujeres y niños volvían a verme; con gesto amistoso esperaban un saludo, una palabra, hasta que por una pregunta cualquiera ya éramos amigos.

Un grupo de niños me acompañó a ambular por los senderos de sus correrías, entre cercos con naranjos, parrales rosados de uvas, casitas perdidas entre crisantemos, begonias, dalias, achiras, albacas, y después otra vez las calles bordeadas de aguaribayes; nunca los vi en profusión. Sin duda el suelo y el clima hacen su habitar ideal. San Francisco es el reino del aguaribay.
LA BANDA SUR
La mañana era soleada. Miré desde el puente la sierra, grave y diga en su misión de custodiar el valle. A su mirada no escapa el vuelo del ave, el transitar de las bestias, el brillo de las lagunas, las ondulaciones de los ríos, el murmullo de los bosquecillos, el viento, la calma; es una invocación de la lluvia siempre esperada. Seguí por la calle marginada por aguaribayes de troncos enormes, por simbólicos olivos, por la continuada policromía de los jardines. Un rostro fue motivo de mi atención, pertenecía a una mujer de extraño andar. Buenos días, señora- le dije. Se paró guiada por una joven; mi voz no le era familiar y me preguntó: ¿Va para el ranchito? La bondad que le doraba la sonrisa podía iluminar sus ojos en tinieblas. Que gesto el suyo tan enternecedor y que convicción al intuir el móvil que conduce hacia ese lado a los forasteros: conocer el "ranchito" de Domingo Faustino Sarmiento. En esa mujer del pueblo está el alma de San Francisco.

Continué andando, se pronto, llegué a un pequeño mundo, modesto, reservado, evocativo, envuelto en el sueño de su gloria: allí Sarmiento enseñó a leer a los hijos de esa porción de patria.
Una plaza radiante de flores, tan inmóviles como la placidez de su ámbito; la iglesia, antigua y conmovedoramente humilde, como lo fu su patrono, el pobrecito de Asís; parecía que desde los lejanos senderos vendría el santo que dialogaba con las flores y los pájaros, dominaba la furia de las fieras... gozaba con sus tormentos... (si pudiéramos imitarlo). Una casa de rejas coloniales sumida en el silencio, como si sus moradores durmieran el sueño del pasado; diríase que sólo viven en ella las plantas en actitud de evasión por el clásico zaguán; en la vereda un laurel de flores rosadas émulo del que adorna el patio de la iglesia con su canción de pétalos casi tocando el cielo. Entre la niebla de serenidad llegué al "ranchito", protegido por un templete, abrigado por eucaliptos, con muchas flores y con su olor a rancho pobre. No es necesario esforzar la mente para ver al Maestro entrar y salir, volver a entrar y salir en el cumplimiento de su misión; más tanto sosiego turbado por la algarabía de los niños de la moderna escuela que a su lado se levanta como un homenaje al Educador.
SUS ALREDEDORES
El turista tiene en San Francisco hermosos lugares para su regocijo; pero hay que salir a conocerlos y admirarlos; gozar la frescura de sus baños naturales en las lagunas formadas en el mismo lecho de los ríos, como las de Las Palmas, balneario con playa de suave arena, con cantos de calandrias y blancura de usillos florecidos; la Laguna Esteco rodeada de sombras y curiosas formaciones rocosas; la Quebrada de López; yo diría de los zorzales porque las melodías de estas avecitas salen de sus montes, rebotan en los peñascos y caen como una lluvia de mágicos sonidos; su corredor al lado del rio capta y refresca las brisas que se estrechan en la garganta de la quebrada; el camino a Rodeo de Cadenas a El Rincón, con la magnífica visión de los palmares en perenne procesión por las laderas; el Pie de la Cuesta con la vista del camino a Carolina; Las Chacras, oasis verde de paz y bonanza; El Palmar, impregnado con el perfume de los poleos; La Pata de Buey, semejanza dejada por el desgaste eólico de una roca; ríos, arroyos, cañadas, manifestaciones de remota actividad humana dan interés arqueológico a diversos parajes.


SUS HABITANTES

En sus casas hospitalarias practican el culto de la amistad; así, con la llaneza de lo sincero. Las mujeres son las sacerdotisas de los ritos del fuego en el brasero, el agua que hierve en la pava y el mate que inciensa aromas de mentas y peperinas. El templo puede ser la sala confortable o la sombra del algarrobo familiar con las sillas mullidas por un pelero o un pellón, que mejor para el visitante. Es que son amigos de los viejos y nuevos amigos. Predominan en ellos la cultura y la afabilidad; saben recibir con señorío y conservan la hidalguía heredada de ilustres antepasados desde el tiempo de las mercedes reales.


Dora Ochoa de Masramón
Concarán, (San Luis) 3 de mayo de 1967.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario