Buenos Aires, enero 2
de 1872.
Señor Gobernador don
Juan Agustín Ortiz Estrada.
San Luis
Mí estimado amigo:
Me ha remitido el señor
Avellaneda la carta que hubiera deseado me dirigiera a mí, en
la que le
comunica sus descubrimientos arqueológicos
en San Francisco
del Monte y la inscripción tallada por mi pincel hace 46 años, pues es
1826 la fecha, y no 29 como la han copiado. Recuerdo los nombres de los señores
don Máximo Gatica y la señorita entonces de trece años, Camargo, hermana
de los niños de 18 a 20 del mismo apellido
de quienes era yo maestro de escuela con quince años.
No sé
si la hermosa señora Borjas Quiroga es la discípula
hermosísima que yo tenía en aquella escuela en que todos los alumnos eran mayores
que el maestro; pero mi recuerdo me inclina a creer que era Dolores el nombre.
Así como así, siempre
es para mí un gratísimo recuerdo el que envía, encargando de recordar el mío a los que no han olvidado al sobrino del presbítero
Oro, pues de su apellido poco debían acordarse.
De unos peñascos por
entre los cuales se desliza el arroyuelo inmediato y de los alrededores de
la casa de la familia
Camargo, conservo esas
dulces y tenaces impresiones primeras que ni los
viajes ni los años borran jamás.
De la niña Camargo,
recuerdo la figura,
baja de estatura,
entonces, pues no había alcanzado todo su crecimiento.
Siempre será bueno en
una aldea se conserve una inscripción hecha de mano de uno que andando el
tiempo fue Presidente de la República. Puede significar algo más y entonces sería
un memorándum de
una de las más útiles
revoluciones que haya experimentado la América. Allí en San
Francisco del Monte abrí la primera escuela con siete alumnos, todos de mayor edad que yo
e hijos, excepto Dolores, creo, de
familias acomodadas; uno de
los Becerra, de
la Sierra y… no
me acuerdo de
los demás; pidiómelo el presbítero
Oro por amor a aquellos sus feligreses y de pena de ver llegar a adultos, jóvenes
ricos sin saber leer.
Este incidente
tan trivial, esta
escuelita al aire libre,
mientras yo estudiaba latín, hizo que los detalles prácticos
de la enseñanza me fueran familiares y dio un giro especial a mis ideas. En
1827 regresé a San Juan para dedicarme al comercio y entonces vi las hordas de Facundo Quiroga que venían a
defender la religión. No es un ornato póstumo el que quiero dar a los hechos.
Siempre he pensado, y creo haberlo alguna vez escrito, el espectáculo de tanta
barbarie como los de aquellos llanistas medio desnudos, desgreñados y
sucios, me trajo
la idea de
la educación popular
como institución política.
Un año
después llevaba una espada
para combatir contra
la barbarie y dos más tarde
emigrado en Chile, fundaba
en Putaendo, en casa de mi
pariente don José Domingo Sarmiento, una
escuela por las mismas causas que
la de San Francisco, no haber
escuela ninguna, ni haberla habido nunca
en el lugar mientras que los hijos del gobernador y principales
vecinos crecían en la más completa ignorancia.
Tiene Ud, pues, en
estos dos hechos, el origen del movimiento educacional.
La prueba
está que de
San Juan llevé
a Chile, no
ya la intuición
de sus ventajas, sino
el estudio completo
de la materia en métodos
conocidos, en sistemas, textos, etc.
Mi primer paso en
Chile fue cerrar la escuela de
Lancaster, el segundo dar un silabario nacional. Lo demás se encuentra
en mis escritos y los papeles de Venezuela que verá impresos, pudieron
reputarse el fruto maduro de la semilla que nació en San Francisco del Monte,
de San Luis. Las ramas del árbol se extienden ya hasta el golfo de México por
las márgenes del Orinoco.
Ahora le diré a Ud.
el sentido histórico de la inscripción de los maderos:
Unus Deus, una
ecclesia, unum baptista.
¡Triste cosa!
-Estas unidades quieren
decir intolerancia religiosa!
y son las protestas que
mi tío el presbítero Oro
lanzaba contra lo
expresado en la
Carta de Mayo, la
primera constitución provincial
con declaración de
derechos y garantías, promulgada en 1825 por el gobierno
del doctor Salvador María del Carril. El presbítero Oro estaba emigrado en San
Francisco, y al reparar el templo destruido por un rayo, me dio aquellas
palabras con encargo
de grabarlas en
un arco natural
de tres curvas perfectamente iguales
que hacía un
madero y debía
rematar el coro
montado sobre gruesos pilares de
algarrobo. Dos años después yo andaba peleando contra el sentido de la inscripción
grabada por mis manos en San Francisco, sin que
las buenas relaciones de familia
con mi maestro se interrumpieran, no obstante militar en campos opuestos.
Vale la
pena de conservar
aquella inscripción en la
nueva iglesia. ¡Ojalá,
que algo pudiéramos hacer para perpetuar la escuela de San Francisco del
Monte, donde di las primeras lecciones
de mi gran ciencia de hoy, el a, b, c! Bien que nuestros buenos maestros de
Francia, en el
juego de palabras
altisonantes, tales como
Libertad, Democracia, Igualdad,
principian después de escarmentados
por el principio de todo gobierno
libre el a, b, c ya bien que de mi
residencia en los Estados Unidos,
saqué en limpio eso solo, que para cosechar es preciso sembrar.
Con mil
cumplimientos a las señoras mis coetáneas, tengo
el gusto de subscribirme su affmo. y S. S.
D. F. Sarmiento.
Copia de la carta expuesta en el Solar Histórico de San Francisco del Monte de Oro (foto de 2020). |
Fuente: Gez, J. W. (1916). La tradición puntana. Bocetos biográficos y recuerdos.
Un lugar maravilloso y conmovedor que jamás pensé conocer,por no saber de su existencia..
ResponderEliminarMis felicitaciones a los encargados de conservar semejante lugar..
Mis saludos y admiración para todos ellos
Por último doy gracias a un gentil puntando que en una conversación mensiono dicho lugar que debería a mi parecer aparecer en todos los rincones del país..
No estaba aburrido Sarmiento
ResponderEliminar